El proceso de independencia de Cataluña será la envidia de todo activista social

En Cataluña estamos a tres meses de las elecciones del próximo 27 de septiembre, un periodo preelectoral que aquí lo vivimos con una intensidad y emoción especiales. Supongo que lo que más os llega, vía medios de comunicación, es el debate de cuantas listas se presentan, la controversia sobre si son elecciones plebiscitarias o no, los partidos o plataformas que se crean… Seguramente os parecerá que estas elecciones, como todas, son «cosas de políticos», pero nada más lejos de la realidad. Los ciudadanos de Cataluña, que llevamos varios años trabajando en mil iniciativas para poder votar sobre la independencia de nuestro país, lo vivimos como nuestro día D, nuestro momento cero. Por fin podremos votar SI o NO a la independencia. Aunque hubiéramos preferido un referéndum en condiciones, ¡claro! Pero el 27 de septiembre ¡votaremos!, y estremece pensar que si gana el SI a la independencia se desencadenará un proceso constituyente de un nuevo país, un proceso que nos permitirá cambiarlo todo, un proceso que necesitará de la participación de todos.

A veces pienso que inmersos en el activismo para conseguir votar no somos del todo conscientes de lo que se nos viene encima el día después. Una vez conseguido, si es el caso, el mandato democrático que legitimará el inicio de un proceso constituyente, tendremos que asumir el reto mayor que una sociedad puede tener: diseñar las normas e instituciones con las que gobernarse. ¡No me digáis que no suena bien! El sueño de toda persona que vive comprometida con el cambio de la sociedad en la que vive. El sueño de todos los que en 15M del 2011 estábamos en las plazas reclamando un cambio del sistema. Una oportunidad que en aquel momento reclamábamos pensando que era dificilísimo de conseguir y que, ¡mira por donde!, en Cataluña ya la acariciamos con la punta de los dedos.

Por eso estoy convencida que el proceso de independencia de Cataluña será la envidia de todo activista social. Todos los que en el resto del estado español y también los de otros países trabajáis por conseguir una sociedad mejor podréis observar cómo evoluciona nuestro proceso constituyente: sus oportunidades y riesgos, sus aciertos y errores, sus avances, sus mecanismos de decisión democrática, su capacidad de diseño institucional, etc. Y perdonad la chulería, pero estoy convencida de que nuestro proceso será la envidia de todos vosotros, no porque lo hagamos especialmente bien, que espero que sí, sino porque tendremos la suerte de poder hacerlo. ¿Cuántas sociedades, cuántos ciudadanos tienen la suerte de poder decidirlo todo en un nuevo país mediante un proceso democrático y pacífico?

A mí lo que más me gustó y me ilusionó del 15M era esa indignación que, ¡por fin!, era reacción activa de una ciudadanía que estaba desconcertada y bloqueada ante la crisis económica y social. Ese ¡basta ya! que era la primera salida del estado de indiferencia y de impotencia del que se aprovechan algunas organizaciones políticas e instituciones para actuar impunemente contra los derechos de los ciudadanos. De hecho cuando algunos criticaban que los del 15M mucho protestar, pero poco proponer y, por tanto, pronosticaban que tendría poco efecto en el cambio social, yo pensaba: “el paso de tantos ciudadanos de la indiferencia a la indignación y al activismo tendrá efecto seguro, y un efecto e impacto mayor y más profundo de lo que muchos creen». La gente exigía «mejor democracia y mayor justicia social» y estaba dispuesta a luchar por ello, el efecto transformador ¡estaba garantizado!

Otra de las experiencias interesantes que viví en mis  horas de actividades y asambleas de la Plaça de Catalunya de Barcelona era ver cómo se hacían debates en los que participaban personas de diferentes grupos, personas que estaban implicadas en luchas muy diferentes, otras que hasta el momento no habían participado en ninguna, otras que incluso nunca se habían sentado en la misma reunión o asamblea porque se consideraban en luchas diferentes o incluso enemigas o adversarias. Y en esos debates crecía la conciencia de que todas las luchas son la misma lucha, y que el cambio sólo se genera si somos capaces de sumar, solidarizarnos, cooperar. Siempre desde el respeto a la idiosincrasia y a la potencia particular de cada lucha, de cada organización, de cada colectivo. Y además los que éramos miembros de organizaciones de esas de las que decíamos “no nos representan” (partidos, sindicatos, organizaciones profesionales,…) consolidábamos nuestro convencimiento de que las organizaciones de la democracia representativa que tenemos, necesitaban una reforma profunda y urgente si queríamos tener alguna utilidad en esta lucha social.

En mayo de 2011 yo todavía no había descubierto la potencia democrática y transformadora de la reivindicación independentista que ya comenzaba a consolidarse y a crecer, pero de la que yo me sentía sólo espectadora. Interesada e interrogada, pero espectadora. Fue en la manifestación del 11 de septiembre de 2012, en un ambiente a la vez festivo e indignado, un ambiente que me recordó al de la Plaça de Catalunya, cuando caí en la cuenta de la conexión entre la movilización independentista y la movilización social. El Passeig de Gràcia estaba a reventar de gente que quería un nuevo país y lo quería con libertad política y también con más justicia social y mejor democracia. Ciudadanos y ciudadanas diversos,  grupos y organizaciones de todo tipo, dispuestos a luchar por un futuro diferente para su sociedad, mil luchas unidas en una misma lucha. Transversalidad, pluralidad  y a la vez proyecto y lucha compartida. Allí empecé a barruntar que esto de la independencia podía ser más interesante de lo que había creído hasta el momento.

En los meses siguientes, ya con este interrogante abierto, fui comprobando muchos de los que estaban en las diversas luchas sociales eran también activistas pro independencia. Comenzaba a intuir que el proceso constituyente que reivindicábamos en el 15M tenía una oportunidad única de realización en el proceso de independencia. La potencia democrática y transformadora que tiene la construcción de un nuevo país es demasiado tentadora para los ciudadanos convencidos de que se han de cambiar de raíz las instituciones políticas y la organización social, como para dejarla pasar. 

Y por si faltaba algo, la movilización independentista ha sido un revulsivo, ha provocado un cambio de mi visión de los procesos de transformación social. He empezado a creer de verdad que la ciudadanía organizada tiene potencia suficiente para marcar la agenda política, para generar cambios en la sociedad y también forzarlos en las instituciones por difícil que parezca. Tengo el convencimiento de que muchos de los ciudadanos que defienden la independencia consolidaron la conciencia de que era posible marcar la agenda política desde abajo, desde la calle, en su experiencia del 15M. Y también estoy convencida de que la capacidad de reivindicación ciudadana en Cataluña debe su fuerza especial a la experiencia colectiva de defensa de sus derechos acumulada durante siglos. Una defensa mantenida heroicamente en la situación precaria, políticamente hablando, en la que han vivido por el hecho de ser durante tanto tiempo una nación sin Estado.

Y ésta es la razón principal por la que considero una suerte vivir este momento en Cataluña y poder participar en el proceso de independencia. Creo que la ciudadanía organizada está demostrando que se puede luchar por objetivos políticos desde la movilización reivindicativa radicalmente democrática y pacífica. Que se puede conseguir que los políticos, los partidos, las instituciones, den respuesta a las peticiones y tengan que incorporar los objetivos que se reclaman desde la ciudadanía.

Y si conseguimos la mayoría necesaria para iniciar el proceso de independencia, tendremos la mejor oportunidad imaginable para construir, desde la participación ciudadana, un país con unas estructuras políticas que garanticen mayor radicalidad democrática y mayor justicia social. Una oportunidad que ¡no podemos dejar pasar! y que estoy segura que provocará la envidia de muchos, envidia ¡de la sana!

 

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